Oriente tuvo su premio en la Copa Libertadores por creer en los milagros, por aferrarse a esa posibilidad remota de anotar un gol salvador que no evitaba la derrota pero que la convertía en una victoria pese al marcador adverso.
Tenía dos hombres menos en la cancha por las
expulsiones de Rosales y Duk (tonta desde todo punto de vista), estaba siendo
goleado por un Universitario de pocos argumentos futbolísticos al que lo
salvaba el enorme corazón de Corzo, había perdido el rumbo, pero siguió yendo
al frente, hasta que encontró lo que buscaba.
Muchos no pudieron disfrutar del momento en el
que se produjo el milagro, cuando el cabezazo del paraguayo Paredes, rodeado de
jugadores de Universitario, se introdujo mansamente en el arco del local ante
la desesperación de un zaguero peruano que intentaba enmendar el garrafal error
del golero Fernández, que salió, como se decía antes, a cazar mariposas.
Sí, muchos hinchas y no hinchas, simples
amantes del fútbol, habían apagado el televisor o cambiaron de canal
frustrados, masticando bronca, cansados porque "siempre pasa lo mismo con
los equipos boliviano".
Grande fue su sorpresa, seguramente, cuando
empezaron a leer los mensajes en las redes sociales que comentaban sobre el
milagro en la tierra de Santa Rosa de Lima, pero a favor del visitante.
El 0-3 lapidario a favor de la U peruana, que hacía
historia remontando el 0-2 de su visita a Santa cruz, se convertía en un
triunfo estéril por el fatídico gol de visitante que le daba a Oriente el plus
de la clasificación.
Pocas veces los albiverdes habrán festejado
tanto una derrota. No era para menos, pese a perder (1-3) conseguía en ansiado
pase la fase 2 de la Copa y se embolsillaba 400 mil dólares de premio, vitales
para una economía empobrecida.
A veces, hay que saber sufrir para después
disfrutar. Ahora, que venga Wilstermann.
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