martes, 15 de septiembre de 2015

LOS NÚMEROS DE MARTINS

Marcelo Martins anunció que no jugará en la selección boliviana mientras Julio César Baldivieso sea su entrenador, porque considera que no genera un ambiente saludable para realizar una buena campaña en las eliminatorias rumbo al Mundial de Rusia 2018.
Martins es el jugador más importante de Bolivia en la actualidad por su trayectoria, y resulta poco menos que imprescindible. 
Sin embargo, sus números no son de los mejores en el cuadro nacional.
El atacante, de 28 años, que milita en el Changchun Yatai chino, empezó a vestir la casaca verde hace ocho años. Debutó en un encuentro amistoso frente a Perú en 2007. Hasta la fecha, disputó 54 partidos y convirtió catorce goles.
Su promedio de gol es muy bajo, apenas 0.26 tantos por encuentro. Ocupa el sexto lugar en la tabla histórica de goleadores del seleccionado boliviano, que lidera Joaquín Botero con 20 goles en 48 partidos, con un media de 0.42. Luego están Víctor Agustín Ugarte (16), Carlos Aragonés (15) y Erwin Sánchez (15). 
Casualmente, Martins está debajo de Baldivieso en la tabla de artilleros. El otrora mediocampista y hoy director técnico anotó 15 goles en 85 cotejos.
Martins convirtió siete goles en quince cotejos en la eliminatoria del Mundial 2010. Fue el segundo goleador del equipo, detrás de Botero que convirtió 8 en seis encuentros. En la eliminatoria del Mundial 2014, logró cuatro tantos en quince partidos. Ninguno de ellos sirvió para ganar.

EL EQUIPO DE NADIE

Pobre selección boliviana. Se encuentra hoy en uno de los peores momentos de la historia del fútbol nacional. Desprotegida y maltratada por todos quienes tienen que ver con ella a apenas tres semanas de su debut en las eliminatorias para la Copa del Mundo Rusia 2018.
Está en manos de dirigentes incapaces de generarle un ambiente propicio para trabajar de manera tranquila y cómoda, un sindicato de jugadores que le pone trabas con un paro inútil e inoportuno, de jugadores inmaduros y susceptibles, y un entrenador que cae en la confrontación innecesaria generando el peor de los ambientes.
Los dirigentes, aquellos que se hicieron del manejo del fútbol destituyendo a Carlos Chávez, no han logrado hacer nada de la manera correcta hasta el momento, desnudando una total falta de liderazgo y carencia de planes concretos incluso para la selección.
A esto se suma el riesgo que están asumiendo de enfrentar nada menos que a la Conmebol en un tribunal internacional, el TAS, porque no reconoce su elección y continúa considerando a Chávez como el máximo dirigente del fútbol nacional, con la descabellada y ridícula idea de uno de sus integrantes de abandonar dicha entidad para afiliarse a la Concacaf. 
Fabol decide ir hasta las últimas consecuencias con el paro en el fútbol de la Liga por las deudas de Wilstermann, Blooming y San José, advirtiendo que a la selección no concurrirá ninguno de sus afiliados.
Al parecer, los dirigentes del sindicato no se han puesto a pensar lo que representaría para el fútbol boliviano no presentarse a jugar las eliminatorias del Mundial, tomando en cuenta que los ingresos por la venta de derechos de televisión es la tabla de salvación de los clubes. De esa plata sale el dinero para pagar a los jugadores que ellos defienden...
Ronald Raldes empezó el desbande de jugadores del seleccionando, renunciando porque lo venía pensando desde hace un tiempo, pero a la vez porque le llegaron a sus oídos ciertos comentarios de Julio César Baldivieso, que ponían en duda su continuidad como capitán e incluso una futura convocatoria.
A ese dicen que dijo se sumó Marcelo Martins, anunciando también su alejamiento del seleccionado que supuestamente ama, porque no concuerda con la controvertida personalidad del flamante director técnico del equipo boliviano. "Fueron varias declaraciones infelices desde nuestro último juego...", dijo el atacante. 
También Alejandro Chumacero dejó en duda su continuidad al manifestar que ponía su lugar "a disposición" de quien dijo que era "un pecho frío" (?).
Baldivieso no midió sus declaraciones luego del papelón con goleada que soportó Bolivia ante Argentina, en su debut como entrenador, y chocó con jugadores consagrados poco acostumbrados a que les digan las cosas sin miramientos. Es un rasgo de su personalidad que muchos le critican, pero siempre fue así, como jugador primero y como entrenador después.
A algunos jugadores no les gustó que Baldivieso criticara el hecho de que cambiaran camisetas con los argentinos después de la goleada, a otros no les pareció bien que reclamará otra actitud, que dejara entrever que elegiría un nuevo capitán, y que dijera que habrían novedades en su primera convocatoria para enfrentar a Uruguay y Ecuador.
Uno podrá criticar sus maneras, pero no se puede discutir que tenía razón en muchas cosas de las que dijo luego del encuentro con Argentina, y que tiene todo el derecho de tomar las decisiones que crea necesarias, porque para eso se lo eligió.
A los jugadores habría que recordarles que no juegan para Baldivieso, que lo hacen para Bolivia, que la selección  nacional debería estar por encima de cualquier disgusto y que todo se puede solucionar conversando.
La selección nacional, lamentablemente, dejó de ser el equipo de todos y se ha convertido en el que de nadie. Y, si usted prefiere, para no ser tan drásticos, en el equipo de unos cuantos.

viernes, 4 de septiembre de 2015

LA FALTA DE IDENTIDAD

El fútbol boliviano deambula sin un rasgo definido desde hace mucho. La selección nacional y sus equipos de clubes no tienen una identidad que los distinga. Son expresiones sin rasgos marcados que no cautivan a la hora de la verdad, que no es otra que cuando empieza a rodar la pelota en una cancha.
La principal razón, quizá, es que Bolivia no fue "colonizada" futbolísticamente por nadie. No tuvo la influencia de ninguna de las escuelas futbolísticas de Sudamérica, pese a que siempre contó con en sus filas con futbolistas extranjeros, en especial argentinos, brasileños y paraguayos.
El fútbol boliviano no cuenta con la genética brasileña, argentina ni paraguaya. Pese a ser vecinos y a tener siempre jugadores de esas nacionalidades, acá, el fútbol se juega distinto y se lo entiende de otra manera.
No tiene nada que ver con el estilo lleno de talento y magia que distinguía a los brasileños en otras épocas, tampoco con la admirable técnica ni la evolución táctica de los argentinos, ni la fuerza innata de los paraguayos. Apenas si cuenta con matices de talento y técnica, y una cuota de entrega que no necesariamente tiene relación con la potencia guaraní.
En la década del 60, influenciados por el carácter y liderazgo de Wilfredo Camacho, capitán de la selección nacional que conquistó el título en el Campeonato Sudamericano de 1963, el periodismo de la época bautizó el estilo voluntarioso y aguerrido como la "garra camachista", que dirigió el entrenador brasileño Danilo Alvim, una de las víctimas del Maracanazo.
El gran éxito duró poco tiempo y no dejó huella profunda. El estilo fue pasando al olvido rápido con las frustraciones provocadas por los malos resultados obtenidos en posteriores partidos internacionales.
Los últimos rastros de la impronta camachista se vieron a fines de los sesenta, durante las eliminatorias del Mundial México 70. El seleccionado fue un híbrido de entrega y valentía comandado por Ramiro Blacut, sobreviviente a la gesta del 63.
La garra era cosa del pasado en los años setenta. La técnica empezó a prevalecer, bien alimentada por futbolistas del Oriente y el Chaco. El fútbol boliviano inició un nuevo cambio sin rumbo definido. La inestabilidad de la dirigencia tampoco ayudaba a marcar el camino.
La generación del 70 fue de las mejores, pero desaprovechada. La jerarquía de los Messa, Aragonés, Chichi Romero, Góngora, Saucedo Landa, Angulo y compañía, no fue suficiente para encontrar el norte.
Las eliminatorias del Mundial de Argentina 78 parecían ser el momento del despegue con una de las selecciones mejor conformadas, pero acabaron siendo una pesadilla. Wilfredo Camacho, el capitán convertido en comandante, llevó al equipo del éxito pasajero al fracaso que provocó una gran crisis en el fútbol.
Camacho no logró darle estilo ni contenido a su equipo, que dependía totalmente de la acción individual de sus componentes, y tampoco le transmitió aquella famosa y mentada garra que lo distinguió en el Sudamericano. 
Bolivia siguió siendo durante años un equipo sin un perfil definido, conformado por jugadores de buena técnica, pero sin peso futbolístico, limitada condición física, ingenua y escasos conceptos tácticos.
La del ochenta resultó casi una década perdida porque nada cambió. Fue el final de aquella gran generación desaprovechada, que, por lo menos, dejó como herencia una mayor calidad técnica que marcó a los que venían a ocupar sus lugares.
Esa herencia la capitalizó con creces la Academia Tahuichi, que se encargó de hacer lo que hacía falta y no hacía nadie, formar jugadores con identidad futbolística. Y aparecieron los Sánchez, Etcheverry, Cristaldo, Moreno, entre otros.
Xabier Azkargorta reunió a toda una generación nueva, de lo mejor, como la del 77, que incluyó también a Melgar, Borja, Baldivieso, Chocolatín Castillo y Ramallo, y le dio forma a un equipo que acabó en el Mundial de Estados Unidos 94.
Fue un equipo que utilizó un sistema táctico de moda en esos tiempos en España, con laterales volantes de ida y vuelta, línea de tres zagueros, cuatro volantes con talento y técnica, y un solo atacante. 
Era el momento para encontrar rumbo perdido. Había jugadores, éxito, plata, cierto orden y entusiasmo. Pero, como el 63, duró poco sin dejar huella. Azkargorta se fue en busca de nuevos rumbos y mejor futuro. Antonio López ni Carlos Aragonés, que formaron parte del cuerpo técnico, lograron darle continuidad al que parecía ser el proceso que cambiaría las cosas.
De ahí hasta la fecha, pasaron muchos entrenadores sin lograr darle un perfil definido a la selección. Incluso retornó Azkargorta y no logró repetir nada de lo hecho en su primera etapa.
Bolivia necesita de alguien que le ayude a encontrar el rumbo, algo parecido a lo que pasó a Chile con Marcelo Bielsa, que influyó en su selección y arrastró a los clubes hacia un fútbol distinto, cambiando la mentalidad de dirigentes, entrenadores y jugadores.