Sánchez sobresalió por capacidad y visión de juego. Era un zaguero con un buen manejo de pelota, pegada precisa, buena ubicación, y “timing” (correcto sentido del tiempo y distancia). Con estos últimos aspectos disimulaba su falta de velocidad.
A todo ello hay que agregarle su personalidad. Era un jugador que no aquejaba un mal que a muchos les afecta, “el miedo escénico”. No se achicaba en ninguna cancha. Si había que jugar, jugaba, si había que “meter”, metía. Por eso es considerado uno de los últimos caudillos de nuestro fútbol.
Todas esas bondades lo convirtieron en un indiscutido en
El homenaje para un gran defensor que ya no está entre nosotros.
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