Bolivia salió a jugar con el entusiasmo de siempre, pero con una frágil convicción futbolística, frente a un adversario que, en contrapartida, se mostró seguro de si mismo y con una idea definida de juego. El equipo de Erwin Sánchez no tuvo la consistencia futbolística que le sobró al cuadro de Marcelo Bielsa, se fue diluyendo de a poco y terminó cayendo con más pena que gloria.
La Selección boliviana no pudo imponer condiciones en el plano colectivo ni en el individual, porque, por una parte, el trabajo del mediocampo fue deficiente (pobres actuaciones de Limberg Gutiérrez, Lorgio Álvarez y Leonel Reyes), no tuvo claridad ni consistencia, y por otra, sus jugadores no lograron desequilibrar en el mano, perdieron casi siempre ante la excelente marca de los chilenos, que más allá de algunos sofocones, trabajaron bien defensivamente, respaldados en la seguridad de su arquero, y complicaron ofensivamente con la habilidad de sus atacantes.
El zaguero Medel fue el héroe chileno. Anotó dos lindos goles (el primero, golazo, de chilena) aprovechando el desorden que reina siempre en la zaga boliviana cuando la acosan con pelota detenida o en movimiento.
Ahora viene Paraguay, nada menos que el líder de las eliminatorias, vencedor del poderoso (?) Brasil. La llama de la esperanza es cada vez más tenue para los bolivianos porque la Selección no es lo que uno quisiera que sea, un verdadero equipo, un grupo con mística, convicción y un norte futbolístico.
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