Su condición de máximo responsable lo convierte automáticamente en culpable, aunque las causas de una mala racha o un fracaso sean muchas y no precisamente debido a un hecho puntual.
El problema es que los malos resultados obnubilan, anulan la capacidad de análisis y dan rienda suelta a la cacería despiadada del supuesto responsable. Todo ello producto del exitismo que impera en el fútbol. Los plazos son cada vez más cortos y por ende el margen de error mucho menor.
Sin embargo, no hay que perder de vista que los éxitos y las derrotas tienen padres, madres y abuelos, y que cada cual tiene su cuota parte en el asunto. Por eso, si a la hora de la victoria, se habla siempre de una trilogía fundamental compuesta por jugador-cuerpo técnico y dirigente, en los malos momentos habría que tenerlo en cuenta para tomar la decisión correcta.
Muchas veces un director técnico hace lo que debe, pero el plantel con el que cuenta no tiene el potencial necesario para aspirar a cosas mayores, y termina haciendo lo que puede y no lo que quiere.
Claro, tampoco podemos olvidar que es más fácil cortar por lo más delgado. En pleno campeonato es mucho más sencillo cambiar de entrenador que renovar un plantel, y los dirigentes nunca se sienten responsables de los fracasos. También es verdad que muchas veces se genera un desgaste que obliga a la ruptura de relaciones.
Si en la política de un club el resultado (a favor) es lo único que cuenta, y no se tiene en consideración que el fútbol, pese a ser un negocio, sigue siendo un juego en el que se puede ganar, empatar o perder, el entrenador será un elemento desechable. Esto sucede en todos lados, por lo tanto, también es moneda corriente en el fútbol boliviano.
¿A quién le gusta perder? A nadie, seguramente. Además se juega con la premisa de ganar, empero eso no siempre es posible. De lo que se trata es de prepararse para contar con los argumentos que aumenten las posibilidades de triunfo, al margen de ciertos imponderables del fútbol.
A mi entender, un entrenador está de más en un club cuando no ejerce un liderazgo en el plantel y su equipo no tiene motivación ni un plan a la hora de jugar. Si muestra sentido común a la hora de dirigir (táctica y estrategia) y tiene influencia positiva en el grupo, merece respaldo.
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