Blooming aprovechó su visita a Guabirá para sacarse el diablo del cuerpo. Fue una especie de exorcismo para un equipo que no podía con su alma, como si estuviese aquejado por maleficios que le impedían encontrar la paz y el rumbo correcto.
Empujado por el propio Diablo rojo hacia un abismo futbolístico que parecía sin retorno, salió a La Caldera montereña dispuesto a sacarse del cuerpo los males, naturales o sobrenaturales, vaya uno a saber, que lo tenían (¿lo tienen?) como está, al borde del infierno.
No era un día fácil. Blooming no solo estaba aquejado por el mal momento de muchos jugadores, las falencias técnicas, los desaciertos tácticos, las flaquezas defensivas y la falta de gol.
Por si fuera poco, también estaba presionado por las amenazas de un grupo que confunde el rol del hincha que apoya incondicionalmente con el de un ser violento que exige con prepotencia.
En esa una situación límite, donde no cabía otra cosa que vencer porque el empate no servía de mucho, la academia consiguió escaparle, por lo menos momentáneamente, a esa especie de infierno.
En esa una situación límite, donde no cabía otra cosa que vencer porque el empate no servía de mucho, la academia consiguió escaparle, por lo menos momentáneamente, a esa especie de infierno.
Encomendado al argentino Boyero, su salvador en los momentos difíciles, pero que algunos ingratos creen con el ciclo cumplido, encaminó el vital triunfo que aseguró el colombiano Valdez con un tremendo cañonazo.
Segundo triunfo en siete encuentros y la posibilidad de mantenerse cerca del resto de los equipos de la serie A, con la chance de seguir disputando un lugar en la próxima fase.
Al diablo con los malos espíritus. Sin embargo, más vale que se encomiende a Dios porque el futuro aún es sombrío.
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