El fútbol tiene esas cosas impredecibles. Parecía todo liquidado a favor de Oriente por los dos goles de ventaja que le llevaba en los minutos iniciales del complemento, porque tenía, hasta ese momento, el control del encuentro. El golazo de Mojica y la puñalada de Arce eran para liquidar a cualquiera.
Sin embargo, el Tigre, como un gato de siete vidas, no murió, y malherido como estaba, por los goles en contra y la desventaja numérica, no perdió el instinto, siguió acechando a la presa hasta que le llegó su momento y no perdonó.
Oriente, de un primer tiempo con gran eficacia y aplomo, empezó a flaquear tras ponerse 3 a 1. No opuso la misma resistencia en el medio ni tuvo la vitalidad mostrada en ataque durante la etapa inicial. El desgaste le pasó factura y pagó un alto precio.
The Strongest, una especie de flan casero en defensa, se vio favorecido por la merma ofensiva de Oriente, aprovechó el adormecimiento paulatino del rival para ir al frente y empezó a escribir su hazaña.
Entre el ambicioso Melgar que no perdonó en el área dos veces, el movedizo Nelvin Soliz que incomodó a los albiverdes con su vitalidad y dio lugar a la esperanza anotando el segundo, el intermitente Escobar que apareció oportunamente para el tres a tres, y el apático Lima que se sacó la modorra para el quinto gol, se encargaron de edificar un triunfo que veinte minutos antes parecía algo imposible de lograr.
Era víctima de una tormenta futbolística que estaba haciendo naufragar sus sueños de campeonato, pero todo cambió en el momento oportuno. Se despejó el horizonte y finalmente celebró en una tarde casi noche radiante.
The Strongest acabó agotado, pero exultante, y Oriente se fue de la cancha sorprendido por la forma en que se le escapó el partido de las manos.
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