Para muchos dirigentes bolivianos es un gran triunfo, especialmente para aquellos que hacen cálculos políticos con miras al futuro y sus proyecciones personales, porque no serán vistos como culpables e ineficientes a la hora de defender los derechos de Bolivia de jugar en cualquier lugar del país.
El problema es que el árbol tapa el bosque. La mayoría de la dirigencia cree que con jugar en La Paz se acabaron los problemas de este escuálido fútbol, que apenas clasificó una vez a un Mundial (Estados Unidos 1994) y asistió a un par de eventos como invitado (Uruguay 1930 y Brasil 1950).
La gran preocupación de los dirigentes debería ser el atraso en el que se encuentra el fútbol boliviano, su estancamiento que se convierte en retroceso por el crecimiento de otros países con los que compite. Sin embargo, están enfrascados en disputas que terminan siendo simples cortinas de humo que ayudan a encubrir su carencia de ideas e iniciativas a mediano y largo plazo.
La actual dirigencia de la FBF se dedicó a defender la altura y se olvidó que el fútbol sigue su curso a nivel nacional e internacional. Para ellos, su misión es que las selecciones entrenen, y si tienen suerte, conseguir algún amistoso para la representación mayor.
Las selecciones menores siguen en el olvido, no entrenan, no compiten, peor aún, no existe un torneo nacional de menores que permita observar jugadores entre los 15 y 20 años. Continúan armando representaciones a la apurada, exponiendo a los futbolistas al papelón.
Hay que pelear por la altura, es verdad, pero por la altura del fútbol boliviano, hay que luchar para que tenga la estatura necesaria que le permita pelear con mejores posibilidades en campeonatos internacionales.