En el fútbol no hay términos medios. Cuando a un equipo le va mal, por lo general, no hay piedad a la hora de las críticas. Y cuando las cosas salen bien, todo lo contrario. Ni qué se diga cuando se trata del seleccionado nacional.
El hincha se ubica en los extremos. En la derrota o fracaso, como la decepción los inunda, les nubla la razón y aplican todo el rigor a la hora de la crítica. No se aceptan argumentos ni razones.Cuando se pierde, pareciera que todo es malo y nada es bueno, aunque no siempre es así.
En los momentos de éxito, así sea de manera inesperada, pasan de la desesperanza a la euforia, del pesimismo al exitismo, de la desilusión a la esperanza desmedida, casi sin límites. Se olvidan de lo que somos, despegan los pies de la tierra y sueñan hasta que la realidad los despierta, por lo general, con un duro golpe.
Saco a relucir el tema a raíz de un descomedido comentario de un lector del blog a un post anterior relacionado con lo que, para mí, dejó como saldo la participación boliviana en la Copa América.
Cuando uno no cae en el facilismo de hacer leña del árbol caído y trata de no dejarse llevar por las emociones, algunos creen que falta rigor en la crítica, que es un servil de la estructura dirigencial considerada culpable de los fracasos, que forma parte de lo que consideran un periodismo mediocre.
Nada más alejado de la realidad. Creo que justamente la mediocridad es la que lleva a actuar a ciertos individuos como un eufórico personaje de tribuna, como un inquisidor que se cree dueño de la verdad, exitista, oportunista, difamador, en lugar de hacerlo como un analista serio y honesto, que separa la paja del trigo.
Los que leen este blog y conocen mi trayectoria periodística, saben de lo que hablo. Me podré equivocar muchas veces, ya que nadie es dueño de la verdad, pero mi hosnestidad está a la vista.
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