Uruguay volvió por sus fueros. Se consagró campeón de la Copa América y se convirtió en el país que más veces ganó el torneo sudamericano, con quince títulos, exponiendo lo que pocos tuvieron: sentido de equipo.
Derrotó en la final con claridad y merecimientos a un deslucido seleccionado de Paraguay que fue su antítesis, ya que llegó a esta instancia con una gran dosis de fortuna y muy poco fútbol.
Uruguay no fue un dechado de virtudes futbolísticas en un principio, le costó encontrarse con su juego, sin embargo, fue mejorando partido tras partido, y un base a una idea clara, simple, con sentido práctico y un notable espíritu solidario, fue avanzando hasta llegar a la final.
Clasificó con ciertas dificultades, luego dio el batacazo eliminando al anfitrión Argentina, mediante penales, en un encuentro en el que mostró su fortaleza anímica y futbolística, después dejó en el camino a Perú y se ganó un lugar en la final.
Curiosamente, una variante obligada en el inicio del certamen por la lesión de Cavani lo ayudó a crecer en solidez. La inclusión de un volante en lugar del atacante celeste, le cambió el dibujo táctico y le aportó mayor presencia. Forlán dejó de ser una especie de enlace y se acercó más a Luis Suárez, el jugador más importante por movilidad y efectividad.
Hoy, Uruguay fue siempre más que Paraguay cuando asumió la iniciativa en el partido. En determinado momento equivocó el camino, porque especuló con la ventaja mínima, cedió terreno, entró en el juego brusco y estuvo a punto de quedarse con uno menos. Pero volvió a tiempo a lo que le convenía y ganó con comodidad.
Uruguay terminó siendo más que el resto porque contó con un arquero sólido, una defensa firme, un mediocampo batallador y un par de delanteros que aparecieron en el momento oportuno. Salud, campeón.
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