viernes, 4 de septiembre de 2015

LA FALTA DE IDENTIDAD

El fútbol boliviano deambula sin un rasgo definido desde hace mucho. La selección nacional y sus equipos de clubes no tienen una identidad que los distinga. Son expresiones sin rasgos marcados que no cautivan a la hora de la verdad, que no es otra que cuando empieza a rodar la pelota en una cancha.
La principal razón, quizá, es que Bolivia no fue "colonizada" futbolísticamente por nadie. No tuvo la influencia de ninguna de las escuelas futbolísticas de Sudamérica, pese a que siempre contó con en sus filas con futbolistas extranjeros, en especial argentinos, brasileños y paraguayos.
El fútbol boliviano no cuenta con la genética brasileña, argentina ni paraguaya. Pese a ser vecinos y a tener siempre jugadores de esas nacionalidades, acá, el fútbol se juega distinto y se lo entiende de otra manera.
No tiene nada que ver con el estilo lleno de talento y magia que distinguía a los brasileños en otras épocas, tampoco con la admirable técnica ni la evolución táctica de los argentinos, ni la fuerza innata de los paraguayos. Apenas si cuenta con matices de talento y técnica, y una cuota de entrega que no necesariamente tiene relación con la potencia guaraní.
En la década del 60, influenciados por el carácter y liderazgo de Wilfredo Camacho, capitán de la selección nacional que conquistó el título en el Campeonato Sudamericano de 1963, el periodismo de la época bautizó el estilo voluntarioso y aguerrido como la "garra camachista", que dirigió el entrenador brasileño Danilo Alvim, una de las víctimas del Maracanazo.
El gran éxito duró poco tiempo y no dejó huella profunda. El estilo fue pasando al olvido rápido con las frustraciones provocadas por los malos resultados obtenidos en posteriores partidos internacionales.
Los últimos rastros de la impronta camachista se vieron a fines de los sesenta, durante las eliminatorias del Mundial México 70. El seleccionado fue un híbrido de entrega y valentía comandado por Ramiro Blacut, sobreviviente a la gesta del 63.
La garra era cosa del pasado en los años setenta. La técnica empezó a prevalecer, bien alimentada por futbolistas del Oriente y el Chaco. El fútbol boliviano inició un nuevo cambio sin rumbo definido. La inestabilidad de la dirigencia tampoco ayudaba a marcar el camino.
La generación del 70 fue de las mejores, pero desaprovechada. La jerarquía de los Messa, Aragonés, Chichi Romero, Góngora, Saucedo Landa, Angulo y compañía, no fue suficiente para encontrar el norte.
Las eliminatorias del Mundial de Argentina 78 parecían ser el momento del despegue con una de las selecciones mejor conformadas, pero acabaron siendo una pesadilla. Wilfredo Camacho, el capitán convertido en comandante, llevó al equipo del éxito pasajero al fracaso que provocó una gran crisis en el fútbol.
Camacho no logró darle estilo ni contenido a su equipo, que dependía totalmente de la acción individual de sus componentes, y tampoco le transmitió aquella famosa y mentada garra que lo distinguió en el Sudamericano. 
Bolivia siguió siendo durante años un equipo sin un perfil definido, conformado por jugadores de buena técnica, pero sin peso futbolístico, limitada condición física, ingenua y escasos conceptos tácticos.
La del ochenta resultó casi una década perdida porque nada cambió. Fue el final de aquella gran generación desaprovechada, que, por lo menos, dejó como herencia una mayor calidad técnica que marcó a los que venían a ocupar sus lugares.
Esa herencia la capitalizó con creces la Academia Tahuichi, que se encargó de hacer lo que hacía falta y no hacía nadie, formar jugadores con identidad futbolística. Y aparecieron los Sánchez, Etcheverry, Cristaldo, Moreno, entre otros.
Xabier Azkargorta reunió a toda una generación nueva, de lo mejor, como la del 77, que incluyó también a Melgar, Borja, Baldivieso, Chocolatín Castillo y Ramallo, y le dio forma a un equipo que acabó en el Mundial de Estados Unidos 94.
Fue un equipo que utilizó un sistema táctico de moda en esos tiempos en España, con laterales volantes de ida y vuelta, línea de tres zagueros, cuatro volantes con talento y técnica, y un solo atacante. 
Era el momento para encontrar rumbo perdido. Había jugadores, éxito, plata, cierto orden y entusiasmo. Pero, como el 63, duró poco sin dejar huella. Azkargorta se fue en busca de nuevos rumbos y mejor futuro. Antonio López ni Carlos Aragonés, que formaron parte del cuerpo técnico, lograron darle continuidad al que parecía ser el proceso que cambiaría las cosas.
De ahí hasta la fecha, pasaron muchos entrenadores sin lograr darle un perfil definido a la selección. Incluso retornó Azkargorta y no logró repetir nada de lo hecho en su primera etapa.
Bolivia necesita de alguien que le ayude a encontrar el rumbo, algo parecido a lo que pasó a Chile con Marcelo Bielsa, que influyó en su selección y arrastró a los clubes hacia un fútbol distinto, cambiando la mentalidad de dirigentes, entrenadores y jugadores.

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