No hay peor ciego que el que no quiere ver. Como también es cierto que cada uno ve lo que quiere o le conviene y se hace el de la vista gorda de vez en cuando. Esto ocurre seguido con muchos periodistas deportivos.
Por ejemplo, algunos resaltan el aliento de las hinchadas en los últimos encuentros disputados en el Tahuichi Aguilera, incluso considerándolos héroes anónimos (?) pero dejan de lado la prepotencia de barras bravas que convierten a las curvas en su feudos e imponen la ley del más fuerte ante indefensos espectadores.
El domingo, en el clásico cruceño, una de las barras bravas envió a un grupo de matones (identificados con poleras) para que les reserven una cuarta parte de la tribuna donde se ubica, porque tenían previsto llegar cuando esté empezando el partido. Los "enviados especiales" limpiaron de intrusos el sector en forma violenta, a vista y paciencia de todo el mundo, incluso de policías.
El espectáculo que brindan las hinchadas, con todo tipo de alegorías, luces y humos multicolores, puede ser muy lindo y hasta emocionante, sin embargo no oculta la barbarie a la que nos tiene mal acostumbrados un grupo que, al parecer, no entiende el fútbol como un juego y lo quiere convertir en un acontecimiento donde reina la violencia y el miedo.
Los dirigentes no hacen nada por remediar este mal, que es otro de los tumores que tiene el fútbol boliviano, y que cada vez se agrava más sin que nadie le preste atención pese a los lamentables ejemplos de otros países.
Para ellos parece tener más importancia aquel prepotente que los presiona, lleva la delantera en los insultos y le pide entradas, que aquel hombre común que en la mayoría de los casos compra su entrada (la de él y sus hijos en su mayoría) con mucho sacrificio.
Este es un caso puntual, ocurrido en Santa Cruz, pero seguro que sucede también en el interior del país. Por ello, sería oportuno que el Gobierno nacional, así como tomó cartas en el asunto de la discrimación y el racismo, también se preocupe por lo que está pasando en los estadios bolivianos, por la violencia casi cotidiana, por el maltrato que recibe aquel que paga una entrada y que todavía piensa en el fútbol como ua distracción y una diversión familiar.
* Ilustración de Quino, tomada de internet.
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