Bolivia fue la de siempre y volvió a desilusionar. Peor aún, le falló a la gente que, pese a su pobre presente en las eliminatorias, le había renovado el crédito de cara al Mundial de Brasil 2014.
La selección nacional no supo responder a esa confianza, al contrario, le pagó mal, porque ni siquiera le retribuyó con lo poco que le piden los hinchas, que no es otra cosa que esfuerzo, entrega, un poco de amor a la camiseta, conscientes de que no le puede exigir mucho más en este momento.
La actitud lo es todo, había repetido una y otra vez Xabier Azkargorta, en la semana. Y la verdad que fue clave. Bolivia salió a la cancha con una actitud totalmente negativa, sin determinación ni entusiasmo, caminó el campo sin ideas ni rumbo definido y no logró, por ello, hacer sentir su localía.
Perú aprovechó el andar cansino del cuadro boliviano, su apatía, y acomodó sus líneas, empezó a imponer su juego, llegó con peligro y se puso en ventaja con un zapatazo de Mariño que se metió en un ángulo ante la floja respuesta del golero Suárez.
La solidez de Raldes era demasiado poco para sostener a un equipo sin rumbo, con actuaciones individuales tan pobres, ante un adversario seguro de si mismo y con una idea muy clara de lo que pretendía: lograr mucho arriesgando poco.
Bolivia mejoró un poco en el segundo tiempo, cambió la actitud negativa por otra un tanto positiva, se animó a más con Martins como líder de ataque y de equipo.
Fue el atacante del gremio brasileño quien le armó la jugada a Chumacero para anote el empate con un lindo derechazo. También él estuvo a punto de darle el triunfo a Bolivia con un remate que se estrelló en el palo.
Entre Raldes y Martins quisieron pero no pudieron. Bolivia es una carga demasiada pesada para solo dos jugadores, por eso avanza a ritmo de carreta y Brasil queda tan lejos.
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