Bolivia no puede de visitante y tampoco en casa. Lo poco que tiene futbolísticamente no le alcanzó para ganarle a Argentina y tomarse revancha de la paliza que le dio Colombia.
El empate deja sabor a poco porque Bolivia necesita puntos para jugar por algo hasta el final de la eliminatoria y el punto no alcanza para ilusionarse aunque sea con pelear el repechaje, que corresponde al que ocupa el quinto lugar.
La selección boliviana no tuvo argumentos para superar a una equipo albiceleste que jugó pensando en ahorrar energías para no ahogarse por la falta de oxígeno.
El problema de Bolivia es que además de no contar con argumentos futbolísticos tampoco cuenta con recursos anímicos que le permitan hacer valer la condición de local y buscar la victoria con determinación y convicción.
Es un equipo sin la mística y el amor propio de otras selecciones que supieron, a base de empeño, disimular deficiencias, equilibrar fuerzas, y obtener resultados necesarios y reconfortantes.
Otra vez la carencia de aptitud y la falta de actitud positiva salieron a relucir en un equipo excesivamente lento, poco inteligente para darse cuenta de lo que incomodaba al adversario e integrado por varios jugadores a los que les queda grande la camiseta nacional.
El gol de Martins no ayudó a generar una motivación especial que permitiera crecer como equipo. Al contrario, Bolivia se tornó repetitiva en su juego, sin sorpresa, previsible, fácil de controlar para Argentina.
El Mono Galarza acabó siendo la figura tras evitar el gol en los pies de Palacio y Messi, y en un par de remates del propio astro y otro de Banega, autor del empate.
Bolivia se estrelló otra vez con esa realidad inocultable. No tiene argumentos ni para ganar de local y el Mundial de Brasil es cosa de otros.
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