Blooming cumplirá mañana 68 años de vida, con poco para festejar y mucho para lamentar. Está lejos de ser el club floreciente que soñaron y lograron hacer realidad sus fundadores.
Un motivo para festejar es, justamente, la visión y empuje de aquellos jóvenes que unidos consiguieron convertir a un club de amigos en una institución grande.
Otro, la fidelidad que han demostrado lo hinchas en los últimos tiempos de grandes decepciones y muy pocas satisfacciones, respondiendo favorablemente para poner el hombro con la intención de ayudar a su club a superar una grave crisis económica.
Para lamentar tiene varias cosas, empezando por la gran división que existe hoy entre pretender dirigirlo. Justamente, los unos y los otros, los bandos opuestos que hoy lastiman a su equipo, se alejaron del principal legado de sus antecesores, la unidad para ser más fuertes.
Como dice don Marcelo Rivero en el El Deber, a los celestes les toca vivir una “dolorosa realidad” porque “no hay luces para conducir el club, que requiere iniciativas, buen criterio”, ni “hay desprendimiento, como lo constaté hace un año en una asamblea: abundó la lata y escaseó la generosidad que otrora mantuvo al club a la vanguardia”.
Peleas intestinas y mezquinas han convertido un club ejemplo en una institución autodestructiva, débil, conflictiva y vulnerable por donde se la mire.
Su economía tiene los números en rojo; su equipo da pena y tampoco le cierran los números (apenas para salvarse del descenso, por el momento…); y su sede, de la cual hablan orgullosos, tiene el área social abandonada y convertida en vivienda.
Eso es Blooming hoy. El presente tiene que mucho ver con el pasado inmediato, que nadie se haga el distraído. Los que lo dirigieron hace poco lo dejaron hecho trizas y los que llegaron recién se están equivocando bastante.
Que la historia, su propia historia, les sirva de algo. Divididos no llegarán lejos, unidos puede que recuperen la mística y la pujanza que los hizo grandes.
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