Oriente se quedó a medio camino y le puso paños fríos a la actitud exitista que mostraban sus hinchas en el inicio del torneo Clausura, animados por la llegada de jugadores de renombre.
El retorno de Raldes para comandar la zaga, el regreso de Mojica para que maneje la batuta en el mediocampo, la incorporación del español Quero como solista destacado y los goles que parecía tener Duk en las alforjas, inflamaron el optimismo.
Además, contrató a un entrenador uruguayo, Tabaré Silva, que había sido campeón en su país dirigiendo a Defensor Sporting, por ende conocedor del fútbol charrúa, con la idea de arrancar con todo y dar el batacazo en la Copa Libertadores dejando en el camino al histórico Nacional de Montevideo.
La apuesta era fuerte para recuperar protagonismo y obtener, de paso, los dólares que se estaban invirtiendo: Pasar de ronda en la Copa y ser campeón o a lo sumo subcampeón del torneo liguero para volver a la Libertadores la próxima temporada, lo que permitiría ingresar más de un millón de dólares.
Había un optimismo casi desmesurado que se disparó mucho más con el buen inicio en la Copa Libertadores. Hasta que, colorín colorado, el sueño se acabó.
Oriente, conforme pasaron los partidos, dejó de ser la joya que todos pensaban que era y se fue convirtiendo en una baratija. Es que no todo lo que brilla es oro.
Tabaré Silva no logró hacer funcionar al equipo, no pudo transmitirle una idea clara de juego y, lo que es peor, dejó que las individualidades se fueran diluyendo de a poco.
Hoy, Oriente trata de asegurarse por lo menos un lugar en la Copa Sudamericana, porque aspirar a la Copa Libertadores o al título parece algo más que un sueño de locos.
Se fue Silva y llegó Barrero. Un marco para un cuadro que no está para colgarlo en la pared. Al menos tratará de que se vea algo mejor. El clásico que se viene lo puede ayudar.
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