El Bayern Munich resucitó a los Panzer. Fue una aplanadora futbolística nada más y nada menos que ante Barcelona y metió más de medio cuerpo en la final de la Champiosn League.
Como en los viejos tiempos, cuando el mundo admiraba a aquel equipo que tenía en sus filas a lo más selecto del fútbol alemán y europeo, con Sepp Maier en el arco, Breitner y Beckenbauer en la zaga, Gerd Müller y Hoeness en el ataque.
Ayer, con el despliegue y la potencia de un equipo bien consolidado, sustentado por el talento goleador de otro Müller, menos tanque y más jugador; la habilidad del francés Ribéry, la seguridad de Boateng, la firmeza de Schweinsteiger y la jerarquía de Robben, hizo trizas a ese excepcional equipo, el Barcelona, que parece llegar al fin de un reinado.
Fue un equipo sólido, firme, blindado ante cualquier riesgo, infranqueable, capaz arrazar con lo que se le ponga en frente, con una contundencia y eficacia temibles.
Bayern Munich, que supo rehacerse de la dolorosa derrota en la final ante Chelsea el año pasado, en su estadio, está otra vez a un paso del título y con la ilusión a flor de piel, sin traumas que atenten contra ese fútbol veloz que conjuga lo físico con lo técnico.
Bayer fue un equipo encendido que impuso su juego ante un adversario apagado, que en ningún momento pudo frenar el ritmo utilizando su mejor arma, el control de la pelota.
El peor Barcelona se encontró con el mejor Bayer Munich y recibió en goleada histórica. Solo un milagro cambiará su suerte.
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