Oriente comprobó anoche, ante el Junior de Barranquilla, que la fatalidad existe en el fútbol. Cuando mejor estaba, el partido se le empezó a complicar, fue sumando contratiempos y acabó sorbiendo el trago más amargo de esta versión de la Copa Libertadores de América.
Sí, el de anoche fue el trago más amargo porque quedó eliminado y porque perdió un encuentro que pudo y debió haberlo ganado, por necesidad y por méritos, considerando que se puede hablar de merecimientos cuando se hace más que el adversario.
Oriente jugó mejor el primer tiempo, tuvo la pelota en su poder mucho más tiempo, generó situaciones de gol e incluso se puso en ventaja. Sin embargo, las lesiones, la ansiedad y un penal, en acción controversial, le jugaron una mala pasada.
El esguince de tobillo de Saucedo, la distensión muscular de Arce, la expulsión de Aguirre y el excesivo celo del árbitro, fueron las fatalidades que pusieron fin a la ilusión del cuadro albiverde, que habían crecido tras el buen primer tiempo y mucho más luego del golazo de Campos.Que un equipo se empiece a desarmar a causa de situaciones fortuitas, inesperadas, es un problema, sin duda, aunque Peña y Fernández, sustitutos de Saucedo y Arce, no desentonaron. También, incide, y mucho, quedarse con uno menos, aunque Aguirre fue el culpable de tal situación y no el árbitro.
¿El penal? Las imágenes de televisión no fueron tan claras como para hablar con contundencia de la acción. Queda la duda de si hubo falta, aunque tampoco podemos afirmar que Hoyos no desestabilizó al atacante del Junior. Quienes transmitían por tv tenían la misma imagen que nosotros, no estaban in situ, así que no me fío de su opinión.
A Oriente pudo haberle ido mejor, es cierto, pero no perdió por culpa del árbitro. Le faltó peso donde las papas queman. En su área y la ajena. Así de simple.
No hay comentarios:
Publicar un comentario