Blooming no viaja seguido, sólo tiene un torneo que disputar, pero también está desgastado y desorientado. El problema tiene que ver con el juego, con la ausencia de una idea básica, de un libreto definido y de intérpretes entusiasmados, comprometidos y motivados para llevar adelante el plan.
La falta de una mecánica de juego quedó en evidencia, una vez más, en el empate ante The Strongest, que bien pudo haber sido una derrota de no mediar la buena actuación del Mono Galarza, quien apareció cuando las papas quemaban, conjurando un par de mano a mano ante atacantes atigrados.
Blooming se ha convertido en un equipo monótono y aburrido, repetido, sin sorpresa, al que le cuesta dar dos pases seguidos y asociarse en el juego, que utiliza el pelotazo como argumento ofensivo ante la falta de argumentos para atacar, y que, además, no es seguro en defensa.
Sus jugadores transmiten una sensación de hastío e impotencia, con lo que ello implica si se está de acuerdo en que el fútbol es un estado de ánimo. Se juega para ganar y las presiones abundan, pero en esencia el fútbol es algo lúdico, un juego en el que se participa para divertirse, disfrutar del mismo, y si no ocurre esto, hay algo que está fallando.
Blooming no entusiasma ni parece entusiasmado con su manera de jugar. Su propuesta no está clara y además hay que sumarle que le faltan conductores para darle sentido a lo que pretenda. Por momentos atacaba con tres... y el resto miraba a considerable distancia. Una formación con volantes sin profundidad (Valdez, Gómez, Acosta) y laterales que casi nunca terminan bien una jugada, es difícil que tenga volumen ofensivo y sea peligro.
The Strongest jugó mejor porque fue más criterioso con la pelota, pero le faltó mayor convicción para imponer su superioridad, y las pocas veces que se animó, se encontró con un Galarza imbatible.
Blooming gana poco y no divierte, por eso, hoy, está más para el llanto que para la risa.* Foto Los Tiempos.
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