De hacedor de milagros a un simple mortal. La Selección boliviana volvió a su triste realidad futbolística en cuestión de unas cuantas semanas. Pasó rápido de equipo sensación a equipo decepción.
Hace poco había asombrado al mundo entero propinando a la Argentina una goleada histórica, dando pie a los aduladores de turno y a los oportunistas de ocasión para cantar loas y subirse a un carro de la victoria que tenía, en verdad, muy poco combustible.
Ayer, quedó demostrado que la goleada de marras está más cerca de ser un accidente que otra cosa, que Bolivia tuvo un día de gracia y su rival uno de des-gracia, que su realidad futbolística está mucho más cerca de esta derrota que del mentado triunfo.
¿Una victoria perjudicial? Sí, puede serlo si no la asimilás bien, si te conformás con eso, si se convierte en un sedante y te dormís en tus laureles, si bajás la guardia y el ego crece en demasía. Mucho más si el adversario posterior no tiene los pergaminos del derrotado, porque das por hecho que le vas a ganar.
Bolivia no tuvo reservas anímicas para superar las dificultades que le presentó el partido y permitió, de a poco, que Venezuela tomara confianza y convirtiera en efectivo su planteamiento. Al equipo y a las individualidades les faltó ese plus motivacional que genera energías y que ayuda buscar por la vía anímica un resultado que no se encuentra por la ruta futbolística.
En concreto, cuando no se puede jugar bien por equis o zeta razones, hay que apelar al temperamento, y Bolivia estuvo floja en ese aspecto, se mostró sin la rebeldía necesaria, hasta conformista.
* Foto sportsya.com
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