Bolivia no cambia, es siempre la misma, generadora de unas cuantas alegrías y muchas decepciones. Ayer sumó otra gran decepción a su haber, y por eso está donde está, entre los últimos.
Es una selección inestable, ciclotímica, frágil anímica y futbolísticamente, ingenua, con unos cuantos jugadores interesantes, que puede sorprender alguna vez y desilusionar en muchas ocasiones con una facilidad asombrosa.
Ayer, ante Venezuela, tenía la gran oportunidad para subirse al tren de la esperanza que le hubiese permitido afrontar con ilusión todos los partidos que restan de las eliminatorias, y la desaprovechó jugando un pobre encuentro.
Bolivia empezó dando la impresión que estaba bien en todo sentido, segura de sí misma, que terminaría arrollando a su rival. Fue un gran engaño. Al primer traspié (el penal marrado por Martins), se vino abajo, extravió el libreto, y cuando Venezuela le hizo el gol, acabó por perder la línea por completo, se quedó sin fuerzas y sin ideas.
Fue más de lo mismo, como tantas otras decepcionantes tardes-noches. La confirmación de que es un equipo inmaduro, que no se prepara mentalmente para todos partidos de la misma manera. Lo de Argentina y Venezuela lo confirman.
Cuando juega de local, Bolivia se agranda ante los grandes y es uno más entre los chicos.
* Foto sportsya.com
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